Y aún menos con esos resultados.
James escondía un reloj de plata dentro de una caja, dentro de un baúl cerrado con llave y envuelto en candado, dentro de una habitación con paredes blancas, dentro de un mundo, dentro de su imaginación, dentro de su corazón.
Y en esa caja, protegida por soldados de papel y Náyades de cristal, rodeada de un mar escondido en un tornado eterno, se escondía al lado del reloj el tesoro más preciado para él. Tan preciado que no lo había visto ni él. Decidió guardarlo en secreto hasta el momento en que alguien quebrantase todo el paraíso infernal que lo rodeaba y derrumbase las barreras y, entonces, él sería conocedor del tesoro que había estado albergando durante tanto tiempo.
Quizás no sería nada de valor, quizás sería inservible. Pero James lo querría y se lo quedaría.
Cuando cuidas algo con tanto mimo al final le coges cariño.
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